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Experiencias

Red de Mujeres Rurales: las historias de Claudia Rodríguez y Esperanza Jurado

Por IberCultura

Em21, Mar 2016 | Em | PorIberCultura

Red de Mujeres Rurales: las historias de Claudia Rodríguez y Esperanza Jurado

La historia de Claudia

claudia-rodriguezClaudia Rodríguez sonríe al mostrar la plantación de su finca al equipo del documental Salir a volar. “Eso es producto del trabajo, ¿cómo no vamos a trabajar felices?”, dice, satisfecha, la integrante de la Red de Mujeres Rurales de Costa Rica. “Me gusta mucho trabajar con semillas, valorar la semilla criolla, tener los gastos de la casa frescos, no contaminados. Porque una mujer es como una hormiguita, todo lo hace para la casa, para los hijos. A parte de que me ha ayudado como terapia y económicamente. Cuando hay sobreproducción yo lo regalo a mis vecinos. Se intercambian semillas aquí, eso es lo mas lindo.”

Para ella, intercambiar las semillas criollas, luchar por las semillas, ver cómo es precioso acostarse tranquilo y sin ruidos, todo eso hace parte del aprendizaje que vino con la red. “El problema que vino después fue la contaminación. Los piñeros, a ellos les pagan para que les rieguen veneno. Las transnacionales son los culpables de todo ese daño que tenemos. Los que viven aquí lo saben, pero tienen que ganar algo para poder comer. Aquí no hay trabajo, ese es el único que hay, o en la bananera o la piñera, trabajo de hambre, mal pagado. Con el río contaminado vienen el cáncer, la gastritis, alergias… A veces comienzo a meditar: qué tristeza, ¿por qué el hombre está dañando, está contaminando?”

Hija de una ama de casa –que solía quedarse en la cocina mientras los hijos y el marido iban a coger café, cortar el arroz o moler la caña–, Claudia se acostumbró a levantarse a las dos de la mañana. No había luz eléctrica en su casa, nunca hubo. “Ser una mujer campesina me ha hecho sentir muy orgullosa”, afirma. “Sé los cambios de luna, en qué tiempo se siembra la yuca, en qué tiempo se pueden sembrar los frijoles. Eso lo hemos aprendido de nuestros abuelos y las experiencias que vamos teniendo, sin necesidad de ir a una escuela. (…) Y aquí en la red todos ya aprendieron que aquí no se riegan químicos.”

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Para que tuvieran siempre algo fresco para comer, Claudia y su marido compraron un “terrenito” abandonado y poco a poco fueron trabajando, haciendo la finca. “Tenemos ya 20 años de estar aquí”, cuenta. “Es una bendición para nosotros porque si quiero comer un plátano yo vengo y lo corto, si quiero agarrar un limón yo vengo en carrera y lo tengo. No tengo que comprarlos ni comprar las cosas ya secas. Aquí sacamos toda la soberanía alimentaria.”

Sería todo muy bueno si no fuera por la cuestión de las transnacionales, que usaron agrotóxicos en las plantaciones de piñas. Por eso Claudia y sus vecinos no tienen agua potable. Dependen del agua que llega en el tanque, en un camión, para beber o cocinar.  Según ella, años atrás el pueblo se unió y empezó a trabajar para que hubiera un poco de agua potable. “Porque siempre ha habido pozos artesanales, y la gente luchó y pidió ayuda a las organizaciones, a las universidades, para tener esa  fuente de agua. Era muy buena, pero desgraciadamente las trasnacionales la contaminaron. Y de tal manera que ahora tiene 22 químicos de un grado muy alto.”

¿Qué hacer? “Seguir. Nosotros tenemos que seguir. Tal vez me detengan, pero yo sigo, no me importa que me denuncien, que digan que soy vaga, lo que sea. Lucho por algo muy valioso y que va a quedarle a mis nietos y mis familiares. Ellos es que van a disfrutar tal vez del esfuerzo que estoy haciendo ahora.”

La historia de Esperanza

Esperanza Jurado Mendoza viene de Rey Curré, pero se dice 100% ngäbe (pueblo originario de Panamá y Costa Rica). “Me gusta trabajar, me gusta participar y lo que más me encanta es cuidar de los recursos naturales, todo que nuestro padre y nuestra madre tierra nos dejó para que los cuidemos. Por mucho tiempo en mi juventud yo pensaba, ¿por qué no hay gente que hable?”

Esperanza habla. Se alegra al ver que el equipo del documental Salir a volar la haya buscado tan lejos para escucharla. Cuando el video comienza, ella está en el hospital, en una silla de ruedas. Cuenta que ha sido difícil llegar, que fue escalando de hospital a hospital.  En el primero -donde estuvo un mes en 2010- la  dejaron en un cuarto aislado, “sin ningún tratamiento, sin ningún medicamento, sin que ninguna enfermera viniera”. Un día llegó un doctor y le dijo que estaba muriendo. Y la mandaron a otro hospital.

“En Pérez Zeledón hicieron lo mismo, me metieron en un cuarto sola, donde nadie iba a verme. Después de un mes me pasaron a San José, me metieron a un baño lleno de basura y un señor me dijo: señora, no tiene porqué salir de ahí, usted va a contaminar todo mundo. Ocho días y ningún tratamiento. Aunque estaba muriendo, estaba firme. (…) Después de llamar al Instituto Interamericano de Derechos Humanos pasaron a atender bien, a mirarme como tenía que ser. Y ahora soy capaz de hacer todo eso.”

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La casa de Esperanza está en Lagarto: «Este es mi palacio»

Su casa está en Lagarto, a 15 minutos de la calle, cruzando el río. “Este es mi palacio”, apunta al equipo que llega para grabar en el rancho donde se había mudado recientemente. “Siempre soñé tener en una casa hecha de esa palma, pero no hubo mano que lo hiciera. Entonces vivo con la ala de zopilote (ave de plumaje negro irisado), va a llegar a una casa. Esa es la ley de nosotros, de viver así como ve usted, la cama sin pared, respirando el aire libre, puro.”

Ella cuenta que después de hacer el curso del Icer (Instituto Costarricense de Enseñanza Radiofónica) pasó a andar con una cámara y una grabadora. Por más de seis años anduvo con una mini grabadora preguntando a las mujeres que encontraba: “¿por qué vive así?”, “¿por qué se calla?” Ella había pasado lo mismo, sufrido con eso, y había aprendido a reclamar sus derechos.

El legado

esperanzaEsperanza aprendió a luchar por el derecho a la tierra, a la autonomía, con los libros, las capacitaciones y las reuniones de la Red de Mujeres Rurales. Fue “escarbando, escarbando” hasta encontrar el terreno donde levantó su “palacio”. “Ya no tengo que pensar el día de mañana, que yo me muera y alguna de mis hijas necesite donde vivir. Ellas tienen el derecho a hacer sus casitas. Eso siempre he sonado para mis hijos, nietos y bisnietos.”

“Un día vino una diputada de Cartago, ella me conocía. Vino y preguntó: ‘Doña Esperanza, ¿usted ya se dio cuenta que la presidenta archivó el documento, que no va a leer nada, porque estos documentos son la espina de sus pies?’ Yo decía está bien, no vamos a pedir, vamos a exigir”, cuenta.

En agosto de 2013, un grupo de 40 indígenas tomó el salón de beneméritos de la Asamblea Legislativa para exigir la aprobación del Proyecto de Ley de Desarrollo Autónomo de los Pueblos Indígenas de Costa Rica. Esperanza estaba entre ellos: “Nos sacaron como si fuéramos animales, nos arrastraron, golpearon, porque a nosotros como indígenas siempre nos tiran a la basura”. El proyecto de ley 14352 lleva casi 20 años esperando por su aprobación en la Asamblea Legislativa.

“Los indígenas no tienen que ser esclavos de los blancos. Si son esclavos nunca tendrán casa nunca tendrán donde vivir. Nosotros tenemos el derecho de ser libres, ser autónomos”, enseña Esperanza. “(…) He luchado por todo el territorio indígena. Este es mi orgullo. Mi mentalidad está volando por todo lado. Soy libre.”

(Esperanza murió el 20 de octubre de 2013)

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(*Texto publicado el 17 de marzo de 2016)