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Experiencias

Los protagonistas de la cultura comunitaria en Medellín: Hermanos que vale la pena encontrar en la vidaLos protagonistas de la cultura comunitaria en Medellín: Hermanos que vale la pena encontrar en la vida

Por IberCultura

Em09, Mar 2021 | Em | PorIberCultura

Los protagonistas de la cultura comunitaria en Medellín: Hermanos que vale la pena encontrar en la vida

 

Texto: Guillermo Cardona (*)

Escritor y asesor académico del Plan Ciudadano de Lectura, Escritura y Oralidad de Medellín

 

El presente texto es fruto de muchas conversaciones y experiencias compartidas con líderes de cultura comunitaria de Medellín.

Sin embargo, en aras de mantener un hilo conductor, se privilegian las voces de Jorge Blandón y Sandra Oquendo, de Nuestra Gente; Luis Fernando “El Gordo” García, de Barrio Comparsa; Juan Carlos Tabares Castrillón, de Picacho con Futuro; y Miriam Páez Villota y Arturo Vahos, de Canchimalos. Todos ellos líderes indiscutibles de corporaciones culturales que han marcado nuestra historia, mucho más allá de la historia de sus propias organizaciones, comunidades y territorios.

Aquí nos hablan de sus orígenes, de la manera como han enfrentado las vicisitudes económicas, de sus principales retos y logros. También nos cuentan cómo fue su devenir con relación a los actores violentos que definitivamente dejaron y siguen dejando su huella siniestra en la memoria de la ciudad. Para terminar hablándonos sobre la manera como han recibido los conceptos de la cultura viva comunitaria, el trabajo mancomunado y en red, sus relaciones con otras comunidades y otros proyectos de Medellín, Antioquia, Colombia y el mundo.

Una muestra de cómo Medellín, seguramente a consecuencia de las muchas tragedias que ha debido superar, se convirtió en una experiencia que guía la construcción de unos referentes conceptuales que hoy son comunes (¿o comunitarios?), en la cultura viva iberoamericana.

Si bien estas conversaciones no ocurrieron simultáneamente, se presentan como una especie de foro abierto, un diálogo a varias voces, diálogo que en Medellín se mantiene desde hace muchos años, con sus altos y sus bajos, pero siempre con los ojos puestos en la construcción de un buen vivir para todos, sin exclusiones, sin señalamientos, sin rencores dormidos.

Un compendio, en fin, de buenos y malos ratos; de pequeñas anécdotas y grandes historias; un vistazo rápido a la manera como, desde las empinadas calles de nuestros barrios, se lograron grandes transformaciones sociales, culturales y políticas, sin muchos recursos económicos ni grandes despliegues mediáticos. Todo a punta de paciencia, persistencia y solidaridad, y en el que queda en evidencia el carácter alegre y festivo de las organizaciones comunitarias de nuestra ciudad.

 

***

 

Dicen que los amigos son la familia que elegimos, y en el ejercicio de la cultura viva comunitaria en Medellín los ejemplos de estos parentescos voluntarios abundan. Grandes hermandades no solo entre compañeros de otros grupos y barrios y comunas de la ciudad, Antioquia y Colombia, sino con organizaciones y personas de muchos países (valga la redundancia) hermanos. De hecho, varias organizaciones de Argentina, Brasil, Guatemala y Venezuela intercambiaron experiencias con Nuestra Gente y Barrio Comparsa, mucho antes de que se empezara a hablar de cultura viva o de puntos de cultura iberoamericanos. Pero entonces, como ahora, la sorpresa más grata y la primera que se les viene a la cabeza mencionar a los líderes que se encuentran es “ve, como somos de parecidos”. O como dijo el director de Pombas Urbanas (Palomas Urbanas) de Brasil, luego de recorrer la Casa Amarilla de Nuestra Gente, y conocer un poco más el territorio y la comunidad de Santa Cruz y sus alrededores:

—Ustedes son los hermanos que nosotros estábamos esperando encontrar en la vida.

Hermanos sin problemas de heredades, porque la idea siempre ha sido compartir experiencias, metodologías y estrategias para actuar en el territorio; para saber dar la palabra y escuchar. Unidos en el propósito de trabajar por el buen vivir de sus comunidades. Toda una empresa rica en vitalidad y sobre todo en alegría, si bien al cierre contable de cada año lo único claro es que siguen en déficit.

 

Comparsa popular

 

Por plata no se preocupen que plata no hay

La plata, claro, no es algo que abunde en los barrios, pero las organizaciones comunitarias de Medellín, sus líderes, voluntarios y amigos jamás se quejan y procuran proscribir de su manera de pensar y hasta de pronunciar la palabra carencia. Para Jorge Blandón, de Nuestra Gente, “el asunto es, nunca carencia, el asunto es de vitalidad, de capacidad simbólica y expresiva; de saber sumar inteligencias para alimentar los procesos de creación en los que la propia comunidad sea la protagonista. Y para eso no se necesita plata”. Se necesitan ganas, dice, disposición de compartir y, sobre todo, agrega Jorge en una especie de mantra que repiten otros líderes de Medellín con las mismas palabras: mucha, mucha alegría.

Juan Carlos Tabares, de la Corporación Picacho con Futuro, asegura, por su parte, que la potencia de las organizaciones no está en los recursos.

—Nosotros, por ejemplo —dice—, cuando queremos ofrecer actividades para los niños en enero y no hay un peso, abrimos solo con voluntarios. Los materiales los conseguimos con los padres de familia; si necesitamos docentes y facilitadores, hablamos con amigos a ver quién puede dictar un taller o liderar una actividad. Y ahí vamos. Somos un proyecto colectivo y las puertas de nuestra corporación seguirán abiertas mientras la comunidad así lo quiera”.

 

 

El sancocho como patrimonio cultural de Medellín

Jorge Blandón señala, además, “el carácter festivo de la organización comunitaria. Los vecinos unidos por los problemas que los desafían, las comunidades que se encuentran para solucionarlos”. Y afirma con absoluta convicción:

—El convite es el acto festivo por excelencia, que convoca a la gente a construir desde la casa de un vecino, hasta el alcantarillado del barrio.

Juan Carlos Tabares, de Picacho con Futuro, reivindica, así mismo, “la manera como hemos construido barrio, comunidad, territorio, a través de unas prácticas culturales ancestrales, como el convite, la solidaridad, la ayuda mutua, pero también con la música, el folklore, la comida”.

Y es cierto. Un botón basta de muestra. El sancocho en el convite ha jugado un papel fundamental en la construcción de la cultura comunitaria en Medellín. El convite funcionaba más o menos así: los vecinos ponían la mano de obra, el municipio los materiales y la misma comunidad se encargaba de hacer el sancocho, un delicioso caldo en el que se cocina, según un estricto orden, carne de res, cerdo o pollo (cuando va con las tres se le llama trifásico), además de plátano, papa, yuca, zanahoria, en agua sazonada con ajo y cebolla y, una vez servido, rociado con abundante cilantro finamente picado; el plato viene acompañado de arepa, arroz blanco, banano criollo y una buena tajada de aguacate; de sobremesa, mazamorra de maíz con leche y bocadillo de guayaba. Bajo ese acuerdo, en nuestra ciudad se construyeron escuelas, sedes sociales y comunitarias, canchas polideportivas y centros de salud; se pavimentaron calles, se acondicionaron aceras y escaleras públicas. Convites que también se armaban sin el concurso de la alcaldía cuando se ayudaban entre vecinos a construir o a mejorar sus viviendas; en esos casos, los materiales los ponía el anfitrión, pero era la comunidad la que de nuevo se unía para poner la mano de obra y montar el sancocho.

 

 

Al son de una comparsa

Otro factor preponderante en la construcción de la cultura comunitaria en Medellín es la comparsa. De alguna forma heredera de costumbres muy arraigadas como las fiestas patronales de los barrios y sus bandas marciales, organizaciones como Nuestra Gente, Canchimalos y Barrio Comparsa, contribuyeron a darle a esas festividades un nuevo significado, en las que los aires, los ritmos, sumados a los juegos de calle, las coplas y los versos, provenían del folklore colombiano, de nuestras tradiciones españolas, africanas e indígenas.

Luis Fernando García, El Gordo de Barrio Comparsa, actor lúdico, festivo y carnavalesco, gestor cultural y zanquero, ve en la comparsa un instrumento social y político para recuperar el espacio público, y también la alegría de las familias, la posibilidad de que los niños puedan salir a la calle a jugar y reír. Y recuerda:

—En 1989 la ciudad cae en el caos de la violencia, del sicariato fuerte, del asesinato de muchachos indiscriminadamente. Mi barrio, Manrique Oriental, se vuelve un campo de batalla que se disputa calle por calle, esquina por esquina.

El Gordo, trabajador del teatro callejero, la lúdica y la pedagogía en Moravia (cuando era todavía el basurero municipal) y en el Jardín Botánico, había tenido que lidiar con muchos problemas y momentos críticos, pero aquello parecía estar por fuera de sus posibilidades.

—Mi trabajo siempre había sido en la calle. Entonces yo voy perdiendo como mi espacio vital. Y me dio rabia y me incomodó, como a muchos, el toque de queda que impuso por entonces Pablo Escobar. Y me digo: ¿cómo así? ¿Todo mundo encerrado a las siete de la noche?

Fue en ese momento que decidió tomarse la calle con su grupo A Recreo Teatro.

—Pero la gente tenía mucho susto, no salía, no respondía al llamado. Fue en diciembre del 90 cuando me encuentro con Jorge Blandón y otros líderes de la comuna y acordamos hacer un llamado a todos los grupos del territorio para montar una comparsa, tomarnos la calle y romper esas fronteras y esos horarios que nos imponían los violentos.

El resultado: del 4 al 11 de marzo de 1991, los teatreros, los zanqueros, los payasos, las mariposas, las bailarinas, los saltimbanquis, se tomaron las calles de Manrique, Aranjuez y Santa Cruz. Participaron 56 organizaciones.

—Siempre nos habían dicho: “oigan, no se metan por allá que hay mucho pillo” —recuerda El Gordo—. ¿Y qué fue lo que nos pasó con la primera comparsa que hicimos? Mire. Yo era como el ángel protector, pendiente, porque íbamos con niños, con mamás, con adolescentes, y cuando ya íbamos a pasar la batea que entonces comunicaba con el barrio Aranjuez, una señora se me acerca y me dice: “Mire señor, don Gordo, mire para arriba, en esas casas hay unos muchachos con unas armas largas, mirándolos por unas cosas, no pasen por aquí que los van a matar”. Y yo le dije, señora, venga abrácese con nosotros, venga cantemos, bailemos, relájese, vamos a pasar esta batea y seguro que nadie nos va a disparar. Y ella dijo “Nooo”. Y yo por tranquilizarla le dije: Sabe qué, señora, en esta comparsa vienen los hermanitos, las mamás, los tíos, las abuelitas de los pelaos que están allá. Ellos no le van a disparar a sus familiares, venga, deje el miedo.

Finalmente, la comparsa llegó a Aranjuez, y aparecieron Los Priscos y otros malandros del sector, muchos de los vecinos de por allá temerosos de lo que pudiera pasar, y los pillos felices bailando con todo el mundo.

—Dos o tres años después —comenta El Gordo—, uno de esos chicos que estaba en las azoteas me contó que, en efecto, no le estaban apuntando a nadie, estaban utilizando las miras telescópicas de los fusiles para ver la comparsa.

Taller de zancos

 

Comparsas en red

Con esa toma del espacio público se logró abrir el camino para el ingreso del Estado a las comunas, a las que por entonces no podía entrar ni la policía. Se perdió el miedo y se dieron los primeros pasos para el trabajo solidario, mancomunado y en red que vienen haciendo las organizaciones culturales comunitarias de Medellín desde entonces y hasta ahora.

Entre 1991 y 1997, Barrio Comparsa estuvo recorriendo la ciudad, visitando organizaciones, acciones comunales, grupos juveniles. Empezaron a romperse esas fronteras y se fue consolidando una red que pervive todavía.

—Muchos de los muchachos que estuvieron con nosotros en esa época —afirma El Gordo de Barrio Comparsa—, ya tienen organizaciones y carnavales en los barrios. Yo voy a los carnavales de la Comuna 13, del 12 de Octubre, de Villa Hermosa, de Buenos Aires, y los chicos que empezaron con nosotros siguen multiplicando nuestra metodología. Así ayudamos a construir una política de la cultura comunitaria, como una expresión nacida de todo este fenómeno pedagógico que es la fiesta callejera.

Y concluye:

—Como yo lo he vivido en carne propia, sé que la relación con el otro es a partir de una metodología de la alegría, que es la metodología de Barrio Comparsa. Cuando nosotros empezamos a trabajar con los muchachos, a generar talleres de expresión, de danza, de música, de zancos, todo esto, lo que había ahí era una alquimia de la alegría. Se genera un espacio sensible para que los chicos desarrollen otras aptitudes, se interesen por otras temáticas que tienen que ver con el arte, con la salud, con la sexualidad, con la droga. Y eso de que en la comparsa se puedan relacionar con la mamá, con el hermano, con la tía y con la novia, realmente la hace una propuesta integral de acción comunitaria para el desarrollo de los territorios, con la participación de todos.

 

Barrio Comparsa (Foto: Luis Fernando García)

 

La teología de la liberación, el otro lugar para la fiesta

Otro aspecto a destacar de esos primeros intentos de organización comunitaria en Medellín, tiene que ver con los grupos juveniles que se reunían alrededor de la parroquia, un espacio de encuentro de chicos y chicas que de otra forma jamás llegarían a conocerse y donde, en muchas ocasiones, se sembraron los primeros pinitos de muchas organizaciones culturales y comunitarias que todavía hoy siguen trabajando en la ciudad.

Estamos hablando de los años 70 y 80, y en Medellín se sentía como en pocas ciudades del continente el surgimiento y el arraigo de la Teología de la Liberación (el otro lugar de la fiesta), nacida justamente en la Conferencia Episcopal Latinoamericana que se realizó en 1968 en esta villa, y donde se impuso el nuevo mandamiento de la iglesia católica: la opción por los pobres.

En El Salvador estaba Monseñor Óscar Arnulfo Romero (hoy en el santoral) y en Perú el padre Gustavo Gutiérrez. Y si bien en Medellín la iglesia estaba bajo la férula de un arzobispo de conservadurismo extremo como Alfonso López Trujillo, en los barrios se vivía intensamente esa opción por los débiles, por los humildes y, claro, por los jóvenes. Y la acción y el mensaje de sacerdotes como Federico Carrasquilla, Vicente Mejía o el padre Calderón, se regaba por las laderas del Valle de Aburrá, donde los jóvenes hacían amigos y compañeros de sueños, una hermandad que se mantuvo y se fortaleció cuando comenzó a materializarse el fantasma del narcotráfico en forma de vendettas, sicarios en moto, carros bomba, dolor y muerte.

 

 

Picacho con Futuro, una organización comunitaria de segundo nivel

Otra cuestión, no menos importante en el fortalecimiento de la cultura comunitaria en Medellín, fue su capacidad de organizarse. Un claro ejemplo es la corporación Picacho con Futuro

Transcurría el año 87 y había una gran cantidad de personas organizadas en muchos grupos y la Corporación Picacho con Futuro se formaliza bajo la figura de segundo nivel, como una forma de reconocer lo que sucede en estos territorios y es que la gente tiene necesidad de organizarse y trabajar juntos.

Hoy en día, la corporación la integran la Asociación de Madres Comunitarias El Triunfo, el Club Deportivo Senderos de Paz, la Corporación de Barrios Unidos, la Junta de Acción Comunal Progreso N.º 2, y Panorámica: Comunicación y Periferias.

Por 30 años, Picacho con Futuro ha posibilitado ese encuentro para establecer vínculos con personas que están pensando en el territorio con otras orientaciones, donde hay niños, jóvenes, adultos, adultos mayores. Un escenario para el encuentro y el intercambio.

Eso abre las posibilidades, pero también genera dificultades para trabajar con el otro. Es decir, cuenta Juan Carlos Tabares, uno de los líderes de la corporación, que realizar actividades de varios días en las que participaban, por ejemplo, una junta de acción comunal y un grupo juvenil, era todo un problema.

—Esos muchachos no dejan dormir —decían los adultos.

Los jóvenes, por su parte, se quejaban de los de la junta.

—Qué señores tan aburridos.

Vivir esas dificultades, agrega Juan Carlos, nos fue dando metodologías, herramientas, reflexiones de cómo posibilitar un trabajo en comunidad, a partir del reconocimiento y del respeto por el otro.

Ahora bien. ¿Cuál es el secreto para reunir voluntades con propósitos comunes y visiones distintas? Y Juan Carlos se responde:

—El secreto es la paciencia y la permanencia de las apuestas, es decir, yo creo que de las grandes conclusiones que ha tenido la corporación en términos de reflexión, es que no podemos hablar de proceso si el programa dura seis meses. Cuando nos pusimos a pensar en transformar las condiciones de vida del sector del Picacho, no nos imaginábamos que 30 años después íbamos a seguir en la lucha. Pero hoy nuestros procesos hacen mucho énfasis justamente en el trabajo con la infancia, porque en unos 20 años esos niños contribuirán a que en la comunidad se viva bien, bajo condiciones de respeto y convivencia. Es la paciencia y la permanencia lo que garantizará el éxito de estas dinámicas.

Laboratorio de Artes Integradas – Canchimalos (Foto: Omar Jaimes)

 

Los Canchimalos y el juego callejero

Un factor no menos trascendente en la construcción de una cultura viva comunitaria en Medellín ha sido el juego callejero, las rondas, las danzas, el sainete. Y en este tema la Corporación Canchimalos es especialista, en buena parte gracias a la labor investigativa, pedagógica, lúdica y comunitaria de su fundador y primer director, Óscar Vahos (1945-2004), quien durante unos 30 años se dedicó a investigar sobre las danzas y los juegos infantiles tradicionales. Viajaba con grabadoras, cámaras fotográficas y cámaras de vídeo en mano, recorriendo las diferentes regiones de Colombia. Y recogió una gran cantidad de material que, aunque en su época no fue muy valorado, hoy, cuando el tema del patrimonio cultural inmaterial cobra vigencia, se ve revestido con la importancia e interés histórico que siempre ha debido tener.

A partir de esas investigaciones, de esas indagaciones, nace la apuesta comunitaria y pedagógica de poner el juego sobre la mesa. La idea siempre ha sido que la gente deje de ver el juego como una perdedera de tiempo.

Cinco negritos; Tortuguita; Aguacerito; Lerolero; Chururún; Cucharita; La madre Florinda; La chica del aro; 1, 2 y 3; La yuca; El pollito; Chelelé; La vaca; Boroboró; La pava; Chupaté; Pablito; Cauchitos; Rosita, más otros muchos creados por Canchimalos, dan cuenta de muchos años de investigación y trabajo creativo para ponerle color, música y danza con sabor colombiano a los juegos y a las rondas.

Para Miriam Páez, bailarina y coordinadora de Canchimalos, el juego es el logro, pero también el reto. Darle lugar al juego para los tiempos de ocio, y darle lugar al juego desde otras disciplinas, como la pedagogía, la sicología, la antropología. Si bien al final el juego es importante por sí mismo.

—Todavía hoy hay muchos lugares donde la gente no sale a jugar a la calle, como en la Comuna 13, donde hace poco fuimos a tomarnos la calle, jugando.

El proyecto se llama “Jugar en la ciudad”, a ver si Los Canchimalos alcanzan a pintar la ciudad y cambian hasta las cebras del tránsito por rayuelas y golosas.

Arturo Vahos

—Y que no tiene que ser un juego didáctico —afirma Arturo Vahos, el actual director de corporación—, uno también aprende muchas cosas haciendo nada. O participando en juegos que no corresponden con los años.

—Eso es vital —interviene Miriam—. La dimensión lúdica es independiente de la edad. No hay que volverse niño, hay edades para ciertos juegos, pero también los niños pueden jugar con los adultos sin problemas. Y ahí está el reto. Retar a los adultos a salir. Además de otros asuntos que son más de la institucionalidad… Porque hay zonas donde podemos ir y pintar juegos en las calles y otras que no, y no por los armados, porque ellos no nos ponen perendengue. Jode más la Policía con el código. Nos cuesta más por la institucionalización de los espacios, que se vuelven oficiales e intocables.

Un código que sacraliza el cemento y el asfalto y convierte en contravención jugar en el espacio público o dibujar flores y mariposas en el suelo.

Y en muchos sectores, tal vez como herencia de las guerras que ha padecido Medellín, todavía cuesta sacar a los chicos de la casa. Y a veces salen cuando les dan permiso. Pero los adultos siguen encerrados en su cansancio, en su amargura.

—Además los adultos se ponen nerviosos —cuenta Miriam—, porque en esa relación de juego y arte que proponemos nosotros los invitamos a pintar, a tener otras experiencias estéticas, otras experiencias lúdicas. Y eso como que los espanta.

Otro asunto fundamental es que no quieran obligar a los niños a convertirse en adultos en miniatura.

—Con los festivales infantiles de danza pasa eso. Los niños tienen el mismo vestuario y la misma coreografía de los adultos, pero a escala —asegura Miriam—. Pero lo que nosotros proponemos son composiciones diferentes, y los niños pueden definirlas sin necesidad de imitar lo que hacen los mayores, porque tienen su propio lenguaje, su propia estética.

 

 

Los duros años de las guerras en las calles: Picacho

Cuando los paramilitares desplazaron a sangre y fuego a la tristemente célebre Banda de Frank, a la que acusaban de guerrillera, llegaron a imponer a punta de miedo y pistola su discurso contrainsurgente y dictatorial. Muy pronto se presentaron, armados, en la sede de Picacho con Futuro.

—Nos dimos cuenta que ustedes van a hacer un evento. Por qué no han pedido permiso —les reclamaron los paramilitares a los voluntarios presentes.

Y los de Picacho respondían:

—Ese evento lo estamos haciendo desde hace diez años y nunca le hemos pedido permiso a nadie.

—Es que nosotros debemos prestar la seguridad del evento.

Y alguno de los de Picacho ripostaba.

—Nosotros hemos hecho ese evento desde hace diez años, vuelvo y le digo, y nunca hemos tenido miedo pa hacerlo. Los que tienen miedo son ustedes. Y el día que tengamos miedo nosotros, llamamos a la policía, pa que nos cuide. Pero ni a la policía la hemos invitado nunca.

—Ustedes son como muy groseritos, muy altaneros.

Los paramilitares se impacientaban cada vez más y finalmente preguntaron lo que para ellos era la salida que necesitaban para presionar a una persona en particular.

—Bueno. A ver. Y quién manda aquí.

Y los de Picacho con Futuro, por miedo, por intuición, tratando de no señalar a nadie, respondieron.

—Aquí manda la comunidad.

—Entonces con quién hay que hablar para nosotros poder desarrollar algunas actividades en esta sede.

—Miren —volvían y terciaba alguno de los de Pichacho—. Nosotros somos un grupo de personas, habitantes del territorio, y entre todos decidimos cuál debe ser el rumbo de esto y qué se hace acá. De manera que si quieren tener un espacio en la sede de la corporación, nos toca reunir a toda la comunidad para tomar la decisión. Y claro, que ustedes nos cuenten qué es lo que quieren hacer.

—Desde ese momento —retoma el hilo Juan Carlos Tabares—, entendimos que no era intuición. Es una verdad que con el actor armado hay que ser mucho más contundente. ¿Reuniones? ¿Conversaciones? Ellos no aceptaron. No les gustaba lo colectivo. Y nosotros les decíamos: aquí es así.

Resultaba muy difícil confrontarlos porque se trataba de criminales, de personas dispuestas a matar por las razones más triviales.

Juan Carlos Tabares recuerda que debieron acudir a los buenos oficios de sus contactos, amistades, hermandades y lazos de solidaridad que habían tejido por años tanto en el barrio como en la ciudad.

—Se llega al punto en el que los desmovilizados son llamados por ciertos sectores de la institucionalidad, la iglesia, quienes les dicen: esa organización es un proyecto de esa comunidad y ustedes no pueden en ningún momento meterse con ellos.

Finalmente, estos nuevos actores violentos que ahora manejaban el barrio se hicieron a la idea de que Picacho con Futuro era una especie de embajada que no se podía tocar.

 

 

La magia del juego

Miriam Páez

Miriam Páez, de Canchimalos, para ilustrar la relación de la corporación con los grupos violentos, recuerda el caso de una compañera que estaba haciendo unos talleres de ecolúdica en un barrio popular. Ella comenzó su taller, normal, con la comunidad, cuando de pronto vio a tres personajes parados ahí, mirándolos. Y ella les decía: pero vengan que aquí nadie puede estar paradito, si van a estar con nosotros tienen que jugar. Y ellos como “Ummm”.

—Finalmente los involucró —comenta Miriam—, los metió a jugar, terminó el taller, la gente se fue súper contenta, pero ya de salida la llamaron aparte y le dijeron: esos tres tipos que usted puso a jugar son de los que tienen aquí controlado el territorio. —Y agrega con convicción—: entonces mira lo que hizo el juego. Al momento en que ella estuvo en el taller, ni de ellos con la gente, ni de la gente con ellos, hubo animadversión o resistencia. El juego logró eso. El juego hace que tú veas al ser humano que está ahí, no el color de piel, ni el género, ni el gusto sexual, ni la afiliación política… El juego tiene esa magia.

 

 

La casa de los hermanos Grimm

—Tener una casa es tener un lugar para habitar el mal tiempo —afirma Jorge Blandón, de Nuestra Gente, citando a Lezama Lima—. ¿Qué es lo que brinda una casa?, un lugar de protección. Entonces, en los momentos de mayor violencia, por allá en los años 90, la Casa Amarilla fue el refugio de muchos chicos. A algunos les molestaba, porque era como si las mamás quisieran que la casa se convirtiera en una guardería. Pero la única manera de salvar a sus niños era trayéndolos para acá. Porque además las milicias no nos tocaban.

Hoy el asunto sigue siendo igual, así hayan cambiado los actores. Cuenta Jorge que ahora tienen una casa nueva, diagonal a su tradicional Casa Amarilla, donde concentran las actividades infantiles, con dibujos en las paredes y afiches y marionetas y libros.

—Y hace apenas unos días viene uno de estos chicos de las bandas, de esos que pasan por el barrio vendiendo yogurt y quesito y arepas, y empieza a tocar, porque en la práctica lo que ellos hacen es obligar a la comunidad a comprar sus productos. Al verlo, otro chico del mismo combo le llama la atención y le dice, vaya a saberse por qué: “Hey, no molestés ahí hombre. ¿No ves que esa es la casa de los hermanos Grimm?”.

“Es el imaginario”, afirma Jorge, “cuando una mamá ve la Casa Amarilla como un lugar de protección y los armados dicen no, nosotros allá no nos metemos, estamos hablando de otra cosa”. “Lo más maravilloso”, agrega, “es que no somos solo nosotros, son tantas organizaciones. Por eso creo que además somos el soporte moral de nuestras comunidades”.

Una apreciación clara y contundente. Hasta en esos momentos difíciles en que fueron tocadas por la violencia, las organizaciones comunitarias de Medellín supieron mantener su independencia, su base colectiva, su dignidad.

 

Medellín como referente

Sin duda, todos estos hechos de alguna manera explican cómo y por qué Medellín, una ciudad atravesada por múltiples conflictos, se convirtió en un laboratorio para el ejercicio de la participación activa de las comunidades en los asuntos públicos.

En los años 90, en épocas de carros-bomba, masacres y profundas tristezas, la ciudad no se cruzó de brazos y, ante el embate de los violentos, resolvió generar espacios de diálogo y concertación en los que participaban los gobiernos nacional, regional y local, la empresa privada, los gremios económicos, las universidades, las ONG, así como las organizaciones comunitarias, los grupos juveniles, las iniciativas que se tejían en las calles de los barrios. Bajo la dirección de una Consejería Presidencial, todos estos actores se reunieron a debatir y a proponer posibles soluciones en sucesivas versiones del Seminario Alternativas y Estrategias de Futuro para Medellín y su Área Metropolitana, un certamen cuyo peso en el posterior devenir de la ciudad ha sido definitivo.

Hoy resultaría difícil tratar de concebir cómo sería Medellín sin las acciones de esa suma de voluntades reunidas para no dejarse doblegar. Un ejercicio que ha contribuido, entre muchas otras cosas, a limar en algo las asperezas que se generan cuando se encuentra la comunidad con los representantes de la Administración Pública o de los gremios de la empresa privada, una desconfianza que no tiene sentido y que es preciso dejar atrás básicamente porque todos estos actores de la vida pública tienen que encontrarse, verse, conocerse; dialogar es parte de su misión.

Otro logro inmenso ha sido también, desde lo público, el compromiso de sucesivas alcaldías de Medellín con la cultura como eje fundamental para la construcción de ciudadanía, participación, sentido de pertenencia, y una visión más o menos abierta (nunca del todo cerrada) frente al trabajo cultural de las comunidades.

 

La experiencia que no pierde el entusiasmo

En pocas palabras, desde hace cerca de 30 años se conocen y reconocen experiencias como las de Nuestra Gente, Barrio Comparsa, Canchimalos, Picacho con Futuro o Con-Vivamos, entre muchas otras, y de seguro la suerte de la ciudad sería mucho más complicada sin la participación y la intervención de estas organizaciones que han ejercido a lo largo de su historia un liderazgo tranquilo y generoso para la búsqueda de acciones y soluciones in situ, allá en los barrios de la periferia, en el corazón de las comunas populares; acciones y soluciones de aplicación inmediata y prorrogables en el tiempo y que, entre sus muchos logros, tendría que destacarse las posibilidades de futuro que le han ofrecido a varias generaciones de adolescentes, muchos de ellos obnubilados por los encantos del dinero fácil del narcotráfico, el secuestro y la extorsión, y de ñapa asediados por la falta de oportunidades de estudio y trabajo.

Jorge Blandón

Jorge Blandón lo resume así:

—Quíteme del escenario local una organización como Picacho con Futuro, o quitemos la corporación Simón Bolívar del barrio Kennedy, en el sector de Robledo; o la Casa Morada de la Comuna 13. ¿Qué sería de Medellín sin esas organizaciones? Nos quedaríamos con nada. Esas organizaciones son la vitalidad que permite que otros comprendan que es posible hacer cambios y transformaciones, cuando las comunidades toman la decisión y actúan en consecuencia.

En cifras, podríamos estar hablando de varias decenas de miles de chicas y chicos que hoy son profesionales, artistas, artesanos, líderes comunitarios y hasta funcionarios públicos y líderes políticos, porque encontraron en sus barrios, en sus espacios más cercanos, otro sentido para tejer sus destinos en la experiencia de la cultura viva comunitaria.

 

 

Las dificultades de hacer cuentas

 Para Arturo Vahos, cada que les hacen ese tipo de preguntas sobre el número de personas que han pasado por sus escuelas y espectáculos, en sus intervenciones en los convites barriales, en las carpas de los obreros en huelga, lo único que se les ocurre es rascarse la cabeza y decir, ¡hombre!, no tenemos ni idea, no sabríamos cómo contar eso.

—Es que son 42 años —afirma—, y era mucho el trabajo de barrio que se hacía, mejor dicho, cuando el barrio 12 de Octubre todavía no tenía energía eléctrica, nosotros subíamos por allá desde Bello por Las Cabañitas, a pie, porque no teníamos quién nos diera para un pasaje, y sin embargo subíamos a todos esos colegios en la noche, cuando se quedaban vacíos, a dictar clases de danza, música, percusión. Estamos hablando de cuando el barrio Alfonso López y sus alrededores era todavía zona de tugurios. Y en ese y en muchos otros barrios estuvimos.

Miriam Páez Villota anota, además, que esos procesos de sistematización son relativamente recientes. Antes nadie pensaba en eso. Ni se sentía diferencias entre el trabajo de ellos como grupo y las comunidades que visitaban; realmente eran parte de ellas.

—Piense no más en la escuela. Al menos en la realidad actual de Canchimalos tenemos los datos muy claros. Pero en esos primeros años no estaba la escuela como edificación, pero sí estuvo siempre todo ese componente formativo. Con las comunidades, con los líderes de los barrios, pero también con las personas que trabajaban con nosotros. Cada bailarín, actor, músico o cualquier persona que entra a la corporación pasa, también, por un proceso de formación para que se empape de ese lenguaje artístico nuestro, mezclado con visiones desde la política, la ética, la cultura.

Todavía hoy se encuentran con muchas personas que fueron Canchimalos, y que en este momento son docentes o están dirigiendo otro tipo de procesos, no solamente aquí en Antioquia y Medellín, sino en el ámbito nacional, inclusive en otros países.

Ahora bien, así una persona haya salido de la corporación, así se decidan por otras profesiones, siempre dentro de sus historias de vida está la visión canchimala de trabajar desde lo cultural, desde lo social, desde lo comunitario.

—Son semillas que se van multiplicando —dice Miriam—, entonces impactos de ese tipo son todavía más complejos de medir.

 

Comuna 13 (Foto: David Duque Monsalve)

 

Los referentes de cultura viva comunitaria en Medellín

Las organizaciones comunitarias de El Salvador y Guatemala, luego de los procesos de paz de sus respectivos países, la experiencia de Catalina Sur en Argentina y del grupo Pombas Urbanas, de Brasil, son algunos de los referentes que mencionan los líderes comunitarios de Medellín cuando se les interroga sobre sus contactos con ese concepto de cultura viva y puntos de cultura iberoamericanos.

Pero habría que retroceder un poco, hasta el 2006, cuando una delegación de 16 personas de Nuestra Gente viaja a Brasil, entre ellas Sandra Oquendo, quien comparte su experiencia como pedagoga y animadora de bibliotecas comunitarias. Hoy no solo se han fundado bibliotecas comunitarias en Brasil, sino que esa apuesta ha dado pie para incluir el tema en la agenda iberoamericana, desde la línea Letras y palabras para reinventar la realidad.

—Y así seguimos caminando, hasta el 2010, cuando se nos presenta la oportunidad de hacer un encuentro de organizaciones socioculturales de América Latina —cuenta Jorge Blandón—. Los argentinos nos decían que en Medellín era donde se estaba trabajando con mayor claridad el tema, y nos dejamos convencer. Para la época, teníamos un 5% del presupuesto del municipio destinado a la cultura, la Fiesta del Libro andaba por su quinta versión, entonces hablamos con la alcaldía. La idea era reunir 100 organizaciones, pero teníamos que garantizar siquiera 25 de América Latina.

—En ese primer encuentro —dice Sandra—, se abrió la discusión sobre lo comunitario. Era incluso un término que para las demás delegaciones sonaba a la vez cercano y extraño.

—Y fue aquí, en Medellín —afirma Jorge—, donde se le agregó a esos Puntos de Cultura, el apelativo de comunitarios. Eso nació en Medellín. Ese fue el énfasis, porque era más claro el concepto; ellos no hablaban de teatro comunitario sino de teatro de vecinos, por ejemplo, más parecido al teatro chicano de Luis Valdés.

Luego surge la Plataforma Puente, una herramienta digital de intercambio y de diálogo entre el ejercicio de lo público y el accionar de lo comunitario que es fundamental si se quiere alcanzar la meta de un 0,1% de los presupuestos nacionales para la cultura comunitaria.

 

 

Nuevas dinámicas, nuevos aprendizajes

Sandra Oquendo

Para Sandra Oquendo, estas nuevas dinámicas internacionales también han influido en la cualificación de los activistas de la cultura comunitaria en Medellín. Y la misma administración municipal ha sabido adaptarse también y generar estímulos dirigidos específicamente al sector, que goza de la protección de una serie de acuerdos y decretos que la convierten en política pública. Y enfatiza:

—Hoy participamos, con mayor solvencia técnica, en las discusiones de los planes de desarrollo, tanto local como municipal. Y en los foros internacionales. Eso, además, nos ayuda a entender esa pervivencia en el tiempo y en el territorio de nuestras organizaciones, y a pensar en asuntos articulados a la institucionalidad. Ese cambio también ha ayudado a entender el asunto de lo económico y lo legislativo. Son labores que exigen liderazgo, manejo del discurso y de los conceptos. Y planeación.

—La organización comunitaria ha sido, además, la cuna de muchos nuevos liderazgos —afirma Jorge—. De hecho, el alcalde Federico Gutiérrez comenzó su carrera como delegado en el Consejo Municipal de Juventud, un consejo que surge, se nutre y pervive gracias al trabajo comunitario. Eso no se puede dejar de lado. Hay que saber nutrir el desarrollo de una ciudad. De manera que cuando pensamos en una política de cultura viva comunitaria le estamos diciendo a la ciudad que reconozca este capital humano, vital, el que le da sustento ético y estético a una ciudad como la nuestra. No lo podemos descartar. Es necesario tener en cuenta a las organizaciones comunitarias.

 

 

La comunidad en disposición de diálogo

De ahí el interés, cuando se propone esa primera reunión en Medellín, de contar con representantes del gobierno. “No estar hablando nosotros entre nosotros”, dice Jorge Blandón.

Celio Turino, quien se vinculó activamente en la organización del certamen, tuvo el cuidado de invitar a representantes de diversos países. Justamente por eso hoy es posible encontrar puntos de cultura en Inglaterra, en Francia y, por supuesto, en Portugal y en España.

Turino aseguraba que los puntos de cultura se constituían en una forma de América Latina incidir con sus lenguajes en Europa y el resto del mundo, porque afuera han sido consumidores de ciertos productos culturales, pero nunca de nuestras prácticas, de nuestras metodologías, de nuestra manera de ver la cultura.

Y para las organizaciones culturales comunitarias debe ser cada vez más normal, por lo fundamental, sentarse a conversar y establecer contactos con los gobiernos, los organismos multilaterales, los gremios económicos y de la producción, las universidades, los grupos de pensamiento, todos ellos, a su vez, actores de lo público. Por ese solo hecho, parte de las obligaciones de todos ellos debería ser dialogar y establecer acuerdos de cooperación.

 

Estamos encontrando hermanos

 Para Juan Carlos Tabares, de Picacho con Futuro, el encuentro con la cultura comunitaria de otros países desata la idea “de que estamos encontrando hermanos”, personas cercanas a nuestras ideas en otros lugares del mundo. Y se abren muchas expectativas.

En Picacho ya han recibido la visita de delegaciones de varios países, y para ellos sería “una delicia” poder conocer de cerca las prácticas de Bolivia, de Perú, de Ecuador.

—Y las circunstancias que han marcado esa manera de hacer y de construir territorio —afirma Juan Carlos—, dan pistas de por dónde debemos caminar para tener una ciudad más justa, más incluyente, más equitativa, más respetuosa del ser humano y de su entorno. Tenemos retos, ese tema de la conectividad latinoamericana viene dando pasos muy interesantes en lo relacionado con la comunicación para la democracia, el empoderamiento de las comunidades, un trabajo muy valioso y muy potente para materializar en los próximos años. El reto, en lo local, es posicionar esta manera, este enfoque de trabajo, esta apuesta, porque hoy todavía estamos muy en la normatividad, en resolver asuntos en lo político, en la destinación de un presupuesto; y con la administración, a veces se cree que las comunidades se acercan únicamente a pedir plata, y no logran visualizar las potencialidades de lo que está pasando, y si lo logran a veces hay otros intereses, pero en esencia eso ha sido una experiencia maravillosa.

Juan Carlos sueña con replicar a nivel latinoamericano lo que muchas veces han hecho en Medellín: llevar a los chicos a conocer incluso el propio barrio, pero también otras comunas, los corregimientos de Medellín, el centro histórico. Algo que pareciera anodino, pero que dadas las condiciones económicas de estas comunas, es necesario programar y planificar de antemano, con el fin de garantizar por lo menos el transporte, el alojamiento, de ser necesario, y la alimentación.

—Sería maravilloso hacer un recorrido con, no sé, treinta chicos y chicas del barrio por América del Sur. Cinco días en Perú, otros cinco en Brasil, en Argentina, en Ecuador. Que eso les posibilite llegar a una ciudad y darse cuenta de todo lo que hay por hacer, por pensar, por reflexionar, porque claro, mientras estemos aquí encerrados creyendo que aquí lo vamos a resolver todo con una alcaldía… Eso incluso rompe los paradigmas de los adultos, que no tuvieron esa oportunidad de conocer otros países y otras organizaciones como las nuestras. Esa posibilidad tiene que generar algo. Desde hace unos cinco años, unos cuantos han viajado allí o allá, y uno llega trastocado. La cultura viva comunitaria pasa por el cuerpo y vos lo sentís y por ahí tienen que pasar nuestras apuestas.

 

Los zancos

No toda memoria es tristeza

En Medellín sabemos de sobra que tenemos muchos motivos para llorar, pero también nos hemos percatado de la necesidad de recuperar la memoria feliz, porque vale la pena recordar los buenos momentos, los retos superados, las victorias compartidas.

Y no hay mejor memoria que la historia de nuestra cultura comunitaria, que está más viva que nunca y dispuesta y lista para construir y amar como propia, la cultura viva comunitaria iberoamericana.

 

 

 

(*) Texto originalmente publicado en el libro «Puntos de cultura viva comunitaria iberoamericana – Experiencias compartidas» (2018), de la Colección IberCultura Viva, organizada por la Alcaldía de Medellin.